5.9.09

Un día en el poli

Redactado en el año 1992

El bus llegó con diez minutos de retraso, debido a las largas colas que el acceso al Politécnico plantea. Pero Heliodoro lo tenía todo previsto. Cogía el bus a las siete de la mañana para poder llegar a clase a las ocho menos cuarto, contando los retrasos. Así sólo llegó dos minutos más tarde de lo que había pensado. Llegó a clase y las n primeras filas estaban ocupadas por n·3·4 folios de inmaculado color albo, tanto, que tuvo ganas de recogerlos, guardarlos y emplearlos en mejor ocasión.

Tras encontrar sitio esperó la llegada del profesor, que no tardó en asomar sus narices, sempiternamente acompañadas por un orondo mostacho, en el aula. El pseudo - silencio se hizo, roto en algunos casos por alguna silla en movimiento rectilíneo y sabe Dios con qué aceleración, el rasgar de "bics" sobre límpidos folios y alguna pedorreta.

Heliodoro, haciendo de tripas corazón y de ojos telescopios, apenas acertaba, mediados los kilómetros, a leer, interpretar, intuir o, al menos, adivinar lo que en la pizarra se cocía, por mucha voluntad que le pusiera. El mismo problema parecían tener los ocupantes de la primera fila, a juzgar por las proyecciones horizontales y hacia delante que de sus cabezas hacían objeto.

Críptico y no menos complejo (tanto matemática como formalmente) era el contubernio fraseológico que desde debajo del bigote brotaba.

Pasado este trance, más en los brazos de Morfeo que en la idílicas excursiones que al plano, que el poseedor del adornado probóscide se empeñaba en apelar como complejo, pareciéndole a Heliodoro uno como todos los demás, se realizaban por intrincados vericuetos que sobre ellos mismos volvían una y otra vez, sus pasos lo llevaron, porque así él lo quiso hacia el Bar.

Mediada la distancia que separa la Santa Escuela de Heliodoro del no menos pío lugar, conocido como el Bar, al cual hay que llegar sin más tardar para poder almorzar, dase cuenta Heliodoro que más que comer debe ya volver , porque su clase empieza pocos segundos después.

De vuelta pues, con el estómago vacío, y puesto tras su pupitre, en el cual pensaron sus diseñadores no debía depositarse nada, dada la pendiente que imprimieron al plano de apoyo, observa cómo ante sus doloridos, ya no rojos sino cárdenos, ojos se desdibuja un esquema digno de Churriguera del que acierta a intuir por las palabras del que sobre la tarima exhibe su saber, se llama "trafo" y no se qué de un tal Lenz que se volvió cíclicamente histérico, comentarios estos últimos que religiosamente garrapatea medio en su folio, medio en la mesa, aún pareciéndole raras las palabras del que sobre la pizarra sus conocimientos plasmaba.

- De más raras he oído - dijo para sus adentros, recordando frases sobre los braceros del campo y melones de la huerta, que en aquellas mismas aulas le habían sido mentadas.

Como una función continuamente derivable se suceden sobre la peana aquellos que con omnipotencia tras el gran pupitre con mirada orgullosa, superior, directa y algo estrábica nos miran.

Sin dar tiempo a Heliodoro a sacar más folios de su saturada carpeta, de la cual caen gráficos, listas de incomprensibles y ya incompresibles guarismos y algunos discos de ordenador, aparece sobre la tarima el que con tanto esfuerzo ha ganado su puesto que, radiante, suelta un anacrónico "¡Buenos días!", y como cualquier cosa que diga el altivo levantador de tiza, Heliodoro y sus compañeros no entienden.

Tras unos sorprendentes trucos de magia por medio de los cuales aparecen sobre la pizarra los resultados y fórmulas más inusitados, golpean los oídos de Heliodoro unas palabras que por fin entiende:

- A ver, tu, ¿Cuanto sale?

Heliodoro levanta la cabeza al tiempo de ver cómo un dedo amenazador le señala y casi le saca un ojo, dándose cuenta que no sólo no conoce la respuesta, sino que también ignora la pregunta. En la misma situación parecen encontrarse sus compañeros, que se conforman con encoger los hombros al pasar el enarbolado dedo rozando sus narices.


Tras haber cuasi copiado cinco problemas, incorrecta e incompletamente por supuesto, dirígese Heliodoro a comer al Bar, epopeya esta que no he de relatar‚ por mor a la pulcritud y por si alguien leyera esto mientras se encontrara degustando algún manjar.

No contento con las chanzas matinales, retorna Heliodoro a su Escuela, dispuesto a realizar unas prácticas de no recuerda qué.

Las instrucciones de la práctica indican verter ácido sulfúrico en un tubo de ensayo, lo cual realiza al pie de la letra, hasta darse cuenta de que el sulfúrico corre sobre sus pantalones, debido a la falta de fondo del tubo de ensayo. Tras verter no sólo ácido, sino toda una amalgama de compuestos sobre sus pantalones, o lo que de ellos quedaba, se dirige Heliodoro pensativo hacia el bus, rumiando que no había tenido un mal día y que casi firmaría por que todos los días que le quedaban para terminar la carrera no fueran peores que ese.

Además había comido pollo, que tanto le gustaba, o, por lo menos, pollo parecía.


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