De sus origenes e historia
Para encontrar los orígenes del carajillo hay que remontarse a la antigua mesopotamia. En el Mito Sumerio "Emech y Enten" que refiere la disputa entre Verano e Invierno, nos da testimonio de la importancia de esta bebida [Lara Peinado]:
"Emesh dobló las rodillas ante Enten, le ofreció una plegaria. A su casa le lleva néctar, vino, cerveza, licor e infusión de malta, que sabiamente combinados ambos beben hasta la saciedad y alegran el corazón." Clara alusión a la combinación de licor mezclado con azúcar, corteza de limón, tallo de canela, quemado y con infusión de malta tostada. Así pues, las grandes civilizaciones no fueron grandes por que sí, sino por su uso del carajillo.
La colección de recetas de cocina más antiguas se encontraban en una recopilación llamada "Arte Culinario ("De re coquinaria"), realizado en el siglo IV de nuestra era, basada en la obra de un célebre gastrónomo romano llamado Apicio (25 a.C.) a quien se le atribuyen los "Diez libros de la cocina", una especie de inventario de recetas insólitas, hace referencias al carajillum. (del latín carajum, pequeño, illum, iluminar, dar brillo, esplendor, vitalidad). Lo denomina como “El pequeño sol que ilumina nuestros corazones y nuestras mentes”.
Hubo antes que Apicio, algunos libros de recetas griegos especialmente de la Magna Grecia. El primero del que se tienen noticias es de un siracusano llamado Mithekos alrededor del 400 a.C. Lamentablemente todas estas obras se han perdido, y sólo quedan algunas breves citas en su mayoría contenidas en el "breviario del gastrónomo y el erudito", escrito por Ateneo de Naucratis, escritor griego del siglo III con el título de "El banquete de los doctos" (Deipnosofistai o de los sofistas). En ella se hace referencia al karacillws, bebida reconstituyente para cuerpo y alma.
Si bien ya era ampliamente conocido y usado, no fue hasta bien entrado el siglo XI que el carajillo encontraría su forma actual, con el descubrimiento del café por un joven pastor árabe, que sorprendido ante el comportamiento de sus cabras, muy excitadas después de haber comido ciertos granos de un determinado árbol, intentó él mismo la experiencia y quedó encantado; un religioso mahometano, al corriente de esa aventura, lo habría revelado al parecer al resto del mundo. Fue a partir de ese momento cuando el carajillo no sólo proporcionó lucidez a las mentes para elucubrar, sino que además dio capacidad a los pensadores para poder estar más horas dando la tabarra sin dormirse.
Del alcohol
En la antigua Mesopotamia era también conocido el vino, procedente del norte y noroeste. Los viñedos eran cultivados solo en la Alta Mesopotamia y hay evidencias del uso de uvas secas y vino en el sur, durante los primeros y últimos períodos. Se conocían los lagares donde se prensaban las uvas, llenando luego varios recipientes con el mosto. De ahí al vinagre y al brandy como licor básico en la elaboración del carajillo.
Oppenheim hace referencia a la preparación de una bebida alcohólica que se fabricaba con dátiles y reemplazaba a la cerveza de malta de cebada que se fabricaba en la mitad del segundo milenio. Es decir, que la elaboración de alcohol a partir de malta de cebada era conocida, tal cual el Cardhu.
Son notorias las variantes con respecto al licor utilizado. La receta original, debida a la Alta Mesopotamia, utiliza brandy en su elaboración. Podemos decir, pues, que el carajillo original y genuino es de brandy. Otras variantes pueden ser sabrosas (ron), elitistas (cognac), cremosas (Baileys), adineradas (whisky), foráneas (bourbon), cirróticas (ginebra), folclóricas (cazalla) o inverosímiles (vodka).
De la preparación
Nada nos indica que inicialmente el alcohol del carajillo se quemara en su elaboración. En la propia expresión de Apicio “Bastante complicado es conseguir algo con la graduación adecuada como para luego rebajarlo”.
No fue hasta el siglo XVIII cuando Antoine-Marie Arouet Auguste Flambé, marques de Bunsen, que tras numerosos platos en su haber basados en la quema de alcoholes y licores, encontró la combinación más moderna del carajillo. Su descubrimiento fue debido a una casualidad, infructuosa en ese momento, a la que algunos historiadores (Rodgers & Hammerstein, 1983) atribuyen el origen de las Fallas, si bien este último punto es muy controvertido, ya que historiadores posteriores no están de acuerdo con que la tradición fallera utilice derivados vegetales inflamables, sino más bien derivados del petróleo, conocidos bastante más tarde. Desgraciadamente, Flambé se llevo el secreto de su receta a la tumba durante el periodo del terror, ya que Robespierre era más de manzanilla tocada con anís.
Finalmente fue durante una de las múltiples experiencias con combustibles de Daimler en su motor de explosión cuando finalmente se descubrió la fórmula magistral actual. Tan sólo algunos ajustes (filtrar la carbonilla del motor, eliminar el aceite de cárter, ajustar las bujías,...) fueron necesarios.
En cuanto a los aditivos, fueron numerosas las pruebas. En primeros intentos fueros descartados aditivos como las guindillas (aportación italiana bajo el término carajiglio al pepperoncino), el curry (aportación del chef Rawalpindi, en Londres), la menta (aportación del coronel Longbottom, en Calcuta), la sal (aportación de Juan Gómez, con la excusa de que el café con sal va bien para la borrachera), el all-i-oli (no, Susana, aún así no serás capaz de beberte el café sólo),...
Finalmente, se ha llegado a una combinación estándar de piel de limón, granos de café y un trozo de canela en rama. No tengo ni la más remota idea de dónde cojones han salido esos condimentos. Parecen dignos de lo que pone cualquier madre al hacer una coca mal feta.
De la polémica
Así pues, hoy en día el carajillo tiene dificultades en su subsistencia. Por un lado, la creciente incorporación de personal hostelero procedente de países en los que se desconoce el carajillo y su elaboración, hace que se sirvan falsos carajillos por doquier.
Adicionalmente, la indolencia de algunos adheridos a la creciente moda de pedir un “carajillo de coñac sin quemar” hace que los que piden un simple y llano carajillo comme il faut se vean obligados a pedir un “carajillo quemado” explícitamente, cuando no habría necesidad, perdiéndose así la receta aceptada y reforzando la incompetencia de algunos camareros que, aprovechando esto, se evitan el esfuerzo de quemar el carajillo si no se solicita. Existen múltiples fórmulas para pedir lo que podríamos denominar un carajillo mesopotámico o a la antigua, en diferentes formatos, longitudes, y con una tradición comparable a la del carajillo, sin necesidad de denostarlo: “un café tocado de coñac”, “un café largo tocado de coñac”, “un café y una copa”, “un café largo y una copa”,…
Del carajillo
Sea como sea, el carajillo es, y ha sido, base fundamental de la filosofía. Sea, pues, honrado como tal.
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