Mercachifles, charlatanes, balandrones, zascandiles, chiquilicuatres, matasietes, chisgarabís y demás gente de mal vivir, mal comer y mucho rezongar, en qué mal paso han de encontrarse al revisar sus devenires a la titilante luz de abalorios de oriental manufactura. Mejor deberían sentirse al compararse con los instaladores de abultados peluches ataviados en nórdicos santos obesos trepando por balcones, como dispuestos para una cacería que lograra barrerlos de su emplazamiento a golpe de recortada. Pero tanto esfuerzo cinegético quedará sin recompensa al descubrir que al disolverse la nube de algodones que acompaña a la vaporización de tan infames monigotes, continúa la danza de luces multicolores en cuasi aleatoria secuencia, no exenta de cierto halo de psicodelia. Incluso más allá de alféizares y dinteles, en las más recónditas entrañas de ese leviatán al que no se llama hipoteca por vergüenza torera, otra dosis alucinógena golpea las conciencias menos preparadas, acompañando esta vez el centelleo, sobre un pariente de los pinos, de la deformada reflexión de esferas que de sonrisa hacen mueca y de serpientes de espejados colores que dan un aspecto chispeante… y realmente inquietante al ambiente. No huyáis, no os escondáis, pero vigilad. Está en vuestro propio hogar, esperando asaltaros. Yo ya he caído, pero vosotros, todavía estáis a tiempo… salvad vuestras almas. Incluso más, salvad vuestro bolsillo. El espíritu navideño no perdona, y éste es el último ataque a vuestras defensas… ¡Feliz Navidad!
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